Bajo tierra, a mitad de camino entre dos luces artificiales. E
l lugar donde se descomponen los cuerpos cuando el alma aún no se ha ido.

jueves, 24 de febrero de 2011

Una mujer obsesiva y terca como el rabo de la largartija.

Leyes de acción y reacción.

  Hoy he cortado las uñas de las manos de mi madre. Nadie me lo ha pedido. Ha sido un acto espontaneo y poético para estos días de luz en los que parece que algo mejor está por venir o que no tenemos motivos para quejarnos, no en vano siempre nos quedará África para consuelo de idiotas. Este impulso de amor materno filial me ha dado una pista, otra vez las inefables leyes de acción y reacción, ¿o era atracción? He buscado en su neceser el set de manicura; entre sus pinturas, un billete de Metro del día en que la ingresamos. -Dios mio! -he exclamado con premeditación y alevosía. La enfermera me ha observado extrañada de mi reacción, después ha mirado a mi madre y ha hecho un gesto de compasión. No me ha gustado esa mueca de superioridad, pero el hallazgo del ticket  me importa más que el  consuelo de su vida de mierda bajo nuestra propia extravagancia.                                                                                                                                           
  En el dorso del billete, una hora y una estación: Ópera, escrito con lápiz de ojos. Sé que lo escribió mamá, lápiz de impecable punta fina. A menudo pienso en la obsesión, valga la redundancia. Soy una mujer, ¿cómo diría? obsesiva; no sé si esta palabra es amarilla o marrón, pero desde luego es redonda y laberíntica. Soy una mujer obsesiva y terca como el rabo de la lagartija. Con el billete en la mano y sin dejar de recorrer sus límites con la punta de mis dedos, me he acercado a mamá. Me he sentado en frente de ella y se lo he mostrado hasta dejarla bizca. La enfermera de vida amarga me ha dicho que, en este periodo, a mi madre no le benefician las emociones fuertes. Me pregunto la catarsis que considera esa mujer, puede acompañar a el hallazgo de un viejo e inútil billete de Metro y, como a veces me obsesiono, decido no pensar que en esa clínica todo el mundo está confabulado, que la única paciente soy yo.                                                                                                                                                
  Esta mañana no hay quien saque a mi madre de la línea circular, la gris, la que empieza y termina en veinte y ocho estaciones distintas, esa que dicen cumple una labor de vertebración del sistema y facilita los traslados entre destinos periféricos. Qué hermoso modo de describir un cuadrado....ahí, llenando el recipiente de contenido, rayas, rayas, rayas. No me entretengo más en las esquinas de su noria, hoy es miercoles y son las dos de la tarde, justo la hora y el día que señala ese billete...
  Me marcho a ver qué ocurre a esas horas en la estación de Ópera, tal vez haya llegado el momento de identificar a los fantasmas. El amor siempre tan misterioso.