Bajo tierra, a mitad de camino entre dos luces artificiales. E
l lugar donde se descomponen los cuerpos cuando el alma aún no se ha ido.

martes, 30 de noviembre de 2010

..el número tres es inquietante, como la magia..

Pierdo el Norte para encontrar mi Sur.

La línea diez de Metro se asemeja mucho a mi vida, continuamente en proceso de construcción y atravesada por múltiples caminos que se cruzan a lo largo de mi recorrido vital. No sabría decir a qué altura se encuentra actualmente el vagón que, excepto las noches, y no todas, no estaciona más de dos minutos en una misma estación, pues al igual que yo, ésta es una línea muy dispersa que a menudo se muda varias veces de centro. En ocasiones, cuando me pongo extrema, yo también me largo más allá del término municipal de mi capital. Es la tercera en número de estaciones, por debajo de mis dos hermanos mayores, y su número de paradas se asemeja a la edad en la que empecé a comprender, como dijo el poeta, que la vida iba realmente en serio. Al igual que yo, nunca fue la primera ni la segunda en nada, ni delante ni detrás, casi siempre la tercera, el tres es un numero inquietante, como la magia. Intuitivamente, cada vez que ambas perdemos el Norte corremos a recuperar el Sur. Tiene amplios andenes para los tiempos en lo que permanezco vagabundeando en los periodos intermedios porque mi vida al final es eso, el espacio entre lo uno y lo otro.
Al Este, un infancia en la que cada vez me reconozco más, recuerdos puntuales con tantísimos amores. Desde Colonia jardín puedo ver el vientre de mi madre lleno de dudas y líquidos, inevitablemente, en esa zona siempre llueve más. Al Oeste de su eje, prácticamente todo por hacer y, si como me temo, ya he alcanzado la mitad de mi recorrido, las verdaderas decisiones, esas que llaman conscientes, están aún por llegar.
En un primer momento, era la única línea que operaba una compañía distinta a Metro, puesto que había sido construida y gestionada por el Estado….Posteriormente, fue absorbida por la red con la numeración 10, asi que ya sé que en algún momento de mi recorrido claudicaré, finalmente ¿Descansaré entonces?

En ocasiones, su crecimiento originó la suspensión de otras lineas durante al menos seis meses, exactamente el tiempo que duran mis enamoramientos.
Tiene música, nobleza, olivos, agua, campo y vientos…algo que nunca he dejado de soñar...Y por si ésto fuera poco, la linea 10 pinta en azul.
Corro a la clínica a contárselo a mi madre.Tal vez su definición me ayude a conocer ciertas respuestas. –Mamá, si fueras una línea de Metro, ¿cuál serías?.

martes, 16 de noviembre de 2010

La diversidad...

Diversidad cultural.

A veces, me parece que estoy soñando; debe ser que estoy más despierta que nunca, en uno de esos periodos en los que solemos decir que la realidad supera la ficción pese que a mí, lo que me sucede, es que ya no sé si lo que vivo es realidad o es ficción. Llevo así desde hace días; días que parecen haberse extraviado de su lógica temporal; antes bajaban uno detrás de otro por esa escalera que conforma la semana, ahora los peldaños son tan grandes que me duele el cuerpo cuando apenas he conseguido poner un pie en el siguiente. Suele ocurrirme de manera severa cada mañana, cada vez que entro a la clínica en la que reside mi madre, subo dos plantas, atravieso varios pasillos y cruzo la puerta de su habitación.  Siempre la encuentro en la misma posición, apoyada en el ventanal, vestida de modo impecable tal y como acostumbraba a presentarse ante la vida desde que empecé a apreciar este hecho. Mamá me enseñó a desterrar el pijama.
Le doy los buenos días y le cuento cosas banales. En ocasiones el mundo se reduce tanto que no hay espacio a algo más que no pertenezca a esa distancia física que se crea entre nosotras, más o menos un metro. No obstante trato de elevarme y le hablo de las noticias de las portadas de los periódicos, las últimas tendencias primavera-verano y las nuevas colecciones de arte, pero ella ni siquiera me mira. Demasiado banal, parece decirme.                                  
Esta mañana he optado por dejar de disimular y atacar el problema de cara. Es entonces cuando le he hablado de mis últimos viajes en Metro y del apasionante mundo que se desarrolla bajo tierra. Para que me creyera, le he enseñado mi abono de diez viajes del que aún me quedan siete, y le he asegurado que cuando lo acabe compraré otro. 
–Eso está muy bien, el Metro, como el mar, encierra millones de vidas, animales desconocidos y nuevas especies, la mayor parte de ellas viven en entornos muy hostiles –me ha dicho. La primera frase que me dedica desde el dia de su ingreso. -La diversidad -ha concluido. Y, acto seguido ha comenzado a nombrar todas las estaciones de la linea 6, la Circular: Lucero, Laguna...
Lo dicho, debo de estar soñando. 

lunes, 1 de noviembre de 2010

UNDERGROUND


     La estación Puerta del Sol, fatigada, casi indispuesta.
     Entro jadeando en el interior del vagón; me agarro a una de las barras de metal y me peino. Estoy empapada; me extraño de que nadie a mi alrededor tenga aspecto de haber corrido bajo la lluvia. No es la primera vez que tengo la sensación de que el tiempo en el Metro se detiene; segundos antes corrían, una vez dentro, leen.
   Sonrío ante la posibilidad de que los gases invasores como arma de enajenación masiva tengan algo que ver con ésto. Sonrío pensado que la química hace tiempo que ha llegado a el Metro.
   Se cierran las puertas alejando progresivamente la humedad de mis huesos, de la superficie de mi piel, de mi blusa verde botella.
    Instantes antes, nos hemos mirado.
    Ella viste un traje de alpaca con raya diplomática. Tendrá cuarenta años, tres más yo.
   Su escapada del trabajo no ha debido de pasar desapercibida. Seguro que entra la primera y sale la última, aunque hoy, no vaya a casa con su familia. En realidad, no sabe adónde va. Está en pié, en la esquina de la otra puerta, diagonal a mí. Hacía tiempo que no iba en Metro. En los lugares públicos se siente intimidada por sus deseos más ocultos. No se sujeta a ninguna barandilla de metal. Cuando el motor del primer vagón se pone en marcha, su  mano se aferra al asa de su bolso para mantener el equilibrio.
   Sabe que la estoy mirando.
   El vagón entra en el túnel agudizando la luz artificial, luces de neón como tantas otras.
   Se entretiene en averiguar cuál es el periódico gratuito más leído, al mismo tiempo que se maravilla de la rapidez con la que ha proliferado este tipo de prensa. Su estadística es interrumpida por la evidencia de mis zapatos, mis piernas y mis caderas.
   Siente que la miro.
   Un joven se levanta de su asiento para cedérselo a la mujer embarazada, en pie, a mi lado. Por un momento, todos los ocupantes se ocupan de observar este hecho. Hay un clima de solidaridad en el ambiente.
   Me mira, la miro.
   Apenas entramos en el túnel, el vagón se detiene.
   Tiene calor. Desearía quitarse la chaqueta, no lo hace por pudor. Está nerviosa. Se reprocha no haber ido paseando pese a la lluvia; se niega el calor que comienza a humedecerle la nuca y el bajo de su espalda.
   Segunndos antes de volver a poner la máquina en marcha, ya ha decidido que se apeará en la próxima estación. Esta posibilidad le relaja apenas un segundo, el tiempo que tarda en preguntarse si yo también me bajaré, el tiempo que le lleva a darse cuenta de sus propias demandas.
   Percibo su incomodidad. Apoya su trasero sobre la puerta corredera, la puerta por la que se sale y se entra. Su temperatura vuelve a equilibrarse y esto no le gusta, se siente como la lagartija a la que le cortan el rabo. Todos tenemos un yo valiente.
   Masco chicle. Antes de esconder de nuevo su mirada, el vagón vuelve a ponerse en marcha. No es bueno que la mujer esté sola, pienso, cuando ella me vuelve la cara.
   Su expresión ha cambiado tanto que, instintivamente, me abrocho un botón de la camisa. Ella observa este hecho sin quitarme la mirada de encima. Una mirada triunfante seguida de una sonrisa condescendiente hacia quien, por un momento, deseó rozar a escondidas de sí misma.
   El Metro efectúa parada en Ópera. Gomas de banana y coconut. Antes de salir, con mucha prisa, vuelve a colocarse la máscara de sonrisa impertérrita, agarra el bolso y sale, asegurándose de que no se le volverá a caer, al menos, en lo que queda de día.
   La pareja de peruanos que ha entrado en este vagón, arranca su repertorio en el ala sur con una guitarra y dos voces:“…Esta mañana me he levantando, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao, esta mañana, me he levantado y he descubierto mi fusil..
   Me sonrío. El Metro alcanza su máxima velocidad. Sonrío ante los trazos que forman el cuadro de mi vida. Sonrío al placer, en cualquiera de sus versiones.
   Tras ella, escondida entre el nuevo gentío del andén, acompañando sus miedos, ecos no tan lejanos de la canción más underground: “..Oh guerrillero, quiero ir contigo, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao, oh guerrillero, quiero ir contigo, a la guerrilla a combatir…”.

..como si nosotros no fueramos tambien tiempo..