Bajo tierra, a mitad de camino entre dos luces artificiales. E
l lugar donde se descomponen los cuerpos cuando el alma aún no se ha ido.

domingo, 10 de abril de 2011

..Ruego para ser digna de alcanzar y gozar..


Judas inconscientes

  Permanezco fascinada frente al músico enclavado en el cruce de andenes y decido no marcharme a lavarme las manos a pesar de que, al entrar en el túnel de la estación de Ópera, he visto un cartel que informa acerca de una fuente, y de que esta investigación, quizá por tratarse de mi madre que leia los evangelios Apócrifos, quizá porque cualquier día dejo de buscar la razón de su locura..qué paradoja..tienen algo de tracionero consciente.
  Siento que me adentro en un terreno que sólo pertenece a su intimidad, que quizá ella no quiere que tire del hilo que recorre un laberinto con tantas salidas posibles..Yo, que nunca me he preguntado ni tan siquiera por el agujero de las conchas que amanecen en la arena de la playa ¿Por qué tienen un agujero las conchas que llegan abiertas y desnudas a la orilla del mar?   
  A veces, incluso fantaseo con la idea de que mamá nunca recupere su anterior identidad, sin remedio, y entonces reconozco que no me siento del todo mal. Por eso, esta búsqueda hace que me encuentre con un puntito de Judas que me incomoda bastante, maldita educación católica...por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpita...ruego para ser digna de alcanzar y gozar....Mi psicoanalista diría que eso de lavarme las manos inconscientemente tiene que ver con algún complejo de Edipo mal resuelto, siempre Edipo y siempre mal resuelto; pero yo, para ayudarle a superar a Freud, le diría que esto de lavarme las manos simplemente es porque estoy convencida de que gran parte de los usuarios del Metro no se asean antes de salir de sus repectivos hogares, como si no quisieran perder su identidad. 
  Estación de Ópera, fuente de los Caños del peral, cruce de caminos. Es la primera vez que me paro a escuchar a un músico que toca la flauta bajo tierra acústica. Quiero decir así, a menos de un metro de él. Parece humano. Me pregunto si ama lo que hace, me pregunto si le reconocería más alla de su música, sin flauta y sin gorra de la buena estrella. Como humana, me gustaría. Su melodía es deliciosa, toca para los reyes que visten desnudos.
  Hoy, hay ochenta y nueve nuevos árboles de hoja caduca en la misma plaza en la que antes bebían los caballos y los transeúntes silvaban el devenir del siglo de oro de las bellas artes; cuando la fuente de los Caños del peral surtía de agua el palacio real. Diecinueve millones de euros en arreglar una plaza en la que hoy, la música, se escucha bajo tierra.
  Salgo de la estacion con la sensación de que es a mí a quien espían, me imagino a mi madre asomada a la cristalera de la habitación de su clínica, miro hacia arriba y veo correr los visillos de una de las ventanas del palacio, la que está justo encima de la coronilla de aquel otro músico humano que complace las almas a golpe de violin, gratis, como el arte.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Ópera huele a jabón de violeta, talco y agua.

Mss. Marple...Qué pereza.

  Doce de la mañana, miércoles, estación de Ópera. Estas son las primeras indicaciones concretas y certeras que tengo de la estancia de mi mamá en el Metro. Después de meses deambulando por sus túneles sin un destino preciso, me siento rejuvenecer. Vuelvo a recoger mi pelo en una coleta alta.                                                                                
  Aún no sé si aquella fue la primera ocasión en la que mamá bajó allí, pero ya sé que hubo una vez.                       
  Cómo me arrepiento de no haber leído a Mss. Marple cuando mi madre me lo sugirió; estoy segura de que de haber sido así, este arqueo de ceja derecha que se eleva sobre mi frente no sería el resultado de un simple tic nervioso. Recuerdo que en su empeño hacia su lectura, mamá me dio tres pautas que hoy se vuelven sospechosamente útiles: 1. Un espacio cerrado: el Metro. 2. Un misterio por resolver: descubrir qué vio ahí abajo para que desde entonces mamá sólo sea capaz de repetir una y otra vez sin un orden preciso los nombres de las estaciones de las líneas del Metro de esta ciudad. 3. Una mujer soltera y conocedora de la naturaleza humana: que en este caso tendría que ser yo, pese a que aún no tengo la edad de la viejita sabelotodo, y me he pasado media vida encerrada en un lugar mucho más pequeño que un vagón (aunque esta es otra historia). Mi madre siempre empeñada en que fuera otra...Mss Marple...Qué pereza.
  Me doy cuenta de que me resulta difícil imaginar a mamá abandonando un espacio tan aristócratico como es el entorno de esta plaza, pero ya no sé si pese a las apariencias, en el fondo de su alma no reside una  mujer de servicio. Entro y respiro. Empiezo a pensar que con la misma precisión con la que combinó su ropa a juego con los complementos durante toda su vida, tambien fue dejándome  pistas a lo largo de mis treinta años para, llegado el momento, saber dónde encontrarla.  No sé si en realidad eso es lo que hacen todas las madres, dejar sus huellas, refranes, manías, vicios, desamores, proyectos, deseos y recuerdos con un único fin, el que cuando se hayan ido, los hijos sepamos dónde y cómo encontrarlas. Ahora que lo que resta de mi madre es tan solo su presencia, me empeño en recordar todas estas señas de identidad.
  Apenas me adentro en el interior de Ópera, reconozco el olor de la estación. Es distinto al de otras en las que he estado y estoy segura de que esto tiene un razón. Ópera huele a jabón de violeta, talco y agua.                                                                                      
  No sé qué camino tomar, me dejo llevar por la huella de mamá...me siento hipnotizada por la melodía de un violín hasta situarme en el centro del corredor en forma de cruz que separa dos andenes. Y de repente pienso en Cristo...-Dios mio, ayudame a separar el grano del trigo y, si ves que no puedes, al menos lobotiza cinco siglos de manipulación eclesiastica, que una cruz vuelva a ser el cruce de caminos en el que me encontré a Ralph Macchio. 
  Me coloco frente al músico, no en vano, su melodía es la misma que mamá tararea en la clínica mientras se baña, la misma que cantaba cuando regaba las flores...Me agacho a echar una moneda y espero a que termine, porque aunque me siento ridícula por todo lo que no soy, tengo una misión. Tal vez este músico sepa indicarme donde está la fuente, necesito lavarme las manos.


jueves, 24 de febrero de 2011

Una mujer obsesiva y terca como el rabo de la largartija.

Leyes de acción y reacción.

  Hoy he cortado las uñas de las manos de mi madre. Nadie me lo ha pedido. Ha sido un acto espontaneo y poético para estos días de luz en los que parece que algo mejor está por venir o que no tenemos motivos para quejarnos, no en vano siempre nos quedará África para consuelo de idiotas. Este impulso de amor materno filial me ha dado una pista, otra vez las inefables leyes de acción y reacción, ¿o era atracción? He buscado en su neceser el set de manicura; entre sus pinturas, un billete de Metro del día en que la ingresamos. -Dios mio! -he exclamado con premeditación y alevosía. La enfermera me ha observado extrañada de mi reacción, después ha mirado a mi madre y ha hecho un gesto de compasión. No me ha gustado esa mueca de superioridad, pero el hallazgo del ticket  me importa más que el  consuelo de su vida de mierda bajo nuestra propia extravagancia.                                                                                                                                           
  En el dorso del billete, una hora y una estación: Ópera, escrito con lápiz de ojos. Sé que lo escribió mamá, lápiz de impecable punta fina. A menudo pienso en la obsesión, valga la redundancia. Soy una mujer, ¿cómo diría? obsesiva; no sé si esta palabra es amarilla o marrón, pero desde luego es redonda y laberíntica. Soy una mujer obsesiva y terca como el rabo de la lagartija. Con el billete en la mano y sin dejar de recorrer sus límites con la punta de mis dedos, me he acercado a mamá. Me he sentado en frente de ella y se lo he mostrado hasta dejarla bizca. La enfermera de vida amarga me ha dicho que, en este periodo, a mi madre no le benefician las emociones fuertes. Me pregunto la catarsis que considera esa mujer, puede acompañar a el hallazgo de un viejo e inútil billete de Metro y, como a veces me obsesiono, decido no pensar que en esa clínica todo el mundo está confabulado, que la única paciente soy yo.                                                                                                                                                
  Esta mañana no hay quien saque a mi madre de la línea circular, la gris, la que empieza y termina en veinte y ocho estaciones distintas, esa que dicen cumple una labor de vertebración del sistema y facilita los traslados entre destinos periféricos. Qué hermoso modo de describir un cuadrado....ahí, llenando el recipiente de contenido, rayas, rayas, rayas. No me entretengo más en las esquinas de su noria, hoy es miercoles y son las dos de la tarde, justo la hora y el día que señala ese billete...
  Me marcho a ver qué ocurre a esas horas en la estación de Ópera, tal vez haya llegado el momento de identificar a los fantasmas. El amor siempre tan misterioso.