Bajo tierra, a mitad de camino entre dos luces artificiales. E
l lugar donde se descomponen los cuerpos cuando el alma aún no se ha ido.

lunes, 27 de diciembre de 2010

El abismo y la belleza, el misterioso encanto de lo posible..Feliz 2011..










De proyectos y proyecciones.


  Ya está, ya he terminado de escribir mi lista de propósitos para el próximo año.
  En apenas cinco días debería empezar a sentirme distinta, más liviana.
  Me he asegurado que los apartados uno, dos y tres para el año 2011 me garantizarán doce meses, cuanto menos, diferentes. Sí, esta vez he tenido cuidado de arrinconar el autoengaño y me he dejado arrastrar hasta el riesgo de ponerme, oficialmente, en evidencia.
  Mi madre, a quien dada su situación, creía ajena al espíritu navideño, lleva toda la mañana en la clínica repasando las paradas de Metro de la línea 11, desde la Plaza Elíptica hasta La Fortuna. Me ahorro el simbolismo de ambas estaciones y el número de la línea, me niego a creer que ella en el fondo está mucho más lúcida que yo.
  Para el año 2011 me propongo:
  A propósito del amor. Propósito N. 1
  No volver a acostarme con mi ex novio. Reconocer cuándo pesa más el dolor que el placer. Eliminar prejuicios en futuros/as amantes. Cesar de regodearme en mis propios mecanismos maquiavélicos. Desnudarme sólo por amor o por arte. Pedir disculpas a todas mis parejas anteriores para permitir que fluya el rencor. Prohibirme soñar despierta (recordar que ya he descubierto que es sólo una pérdida de tiempo y que éste pasa, ineludiblemente). Que los inefables proyectos de mi infancia no se conviertan en proyecciones. Que mi nueva pareja le guste a mi madre y, en último caso, recordar que en realidad lo del amor es siempre una historia mal aprendida.
   A propósito del dinero. Propósito N.2
  Encontrar un buen trabajo (o un trabajo sin más). Que trabajar vuelva a ser un derecho en vez de una obsesión. Ser autónoma y no pagar impuestos. Cobrar el paro y aprovechar para formarme, aprender piano o prepararme para la farándula que al parecer también da dinero. Dejar el recurrente  mundo de la hostelería o al menos de la que se trabaja en la noche. Esconder el CV oficial que en nada se parece a lo que en realidad soy. Ahorrar todos los meses lo suficiente como para no ir ahogada y poder darme un capricho más allá de las tiendas de los chinos. Invertir en los muebles de mi casa aunque ésta no sea mía. Apuntar los gastos de cada día  para comprobar, de una vez por todas, en qué se marcha el dinero. Básicamente, ganar lo suficiente como para no tener que preocuparme de cómo lo gano.
  A propósito del apartado dedicar tiempo a mí misma. Propósito N.3
  Lógicamente, aquí tuve que hacer un alto y dejar muchos de los subapartados para el año próximo, el exceso de compromiso social roza lo absurdo respecto a mi lugar en el mundo, tan poco tengo yo la culpa de todo. En fin, olvidarme de la culpa. Depilarme una vez al mes (mi gran referencia acerca del estado de mi alma). Echarme mascarillas en el pelo, de las caras.  Despertarme una hora antes de tiempo en la mañana para aislarme del mundo y centrar mi centro. Ir al gimnasio, adelgazar o engordar, aprender la importancia de los colores, y respirarlos; nadar, leer, ir al cine, pasear, evitar los excesos.…En fin.
  Les anuncio ya, que el cuarto es, indiscutiblemente, dejar de fumar.
  ¿Se dan ustedes cuenta de lo mucho que nos exigimos?


martes, 30 de noviembre de 2010

..el número tres es inquietante, como la magia..

Pierdo el Norte para encontrar mi Sur.

La línea diez de Metro se asemeja mucho a mi vida, continuamente en proceso de construcción y atravesada por múltiples caminos que se cruzan a lo largo de mi recorrido vital. No sabría decir a qué altura se encuentra actualmente el vagón que, excepto las noches, y no todas, no estaciona más de dos minutos en una misma estación, pues al igual que yo, ésta es una línea muy dispersa que a menudo se muda varias veces de centro. En ocasiones, cuando me pongo extrema, yo también me largo más allá del término municipal de mi capital. Es la tercera en número de estaciones, por debajo de mis dos hermanos mayores, y su número de paradas se asemeja a la edad en la que empecé a comprender, como dijo el poeta, que la vida iba realmente en serio. Al igual que yo, nunca fue la primera ni la segunda en nada, ni delante ni detrás, casi siempre la tercera, el tres es un numero inquietante, como la magia. Intuitivamente, cada vez que ambas perdemos el Norte corremos a recuperar el Sur. Tiene amplios andenes para los tiempos en lo que permanezco vagabundeando en los periodos intermedios porque mi vida al final es eso, el espacio entre lo uno y lo otro.
Al Este, un infancia en la que cada vez me reconozco más, recuerdos puntuales con tantísimos amores. Desde Colonia jardín puedo ver el vientre de mi madre lleno de dudas y líquidos, inevitablemente, en esa zona siempre llueve más. Al Oeste de su eje, prácticamente todo por hacer y, si como me temo, ya he alcanzado la mitad de mi recorrido, las verdaderas decisiones, esas que llaman conscientes, están aún por llegar.
En un primer momento, era la única línea que operaba una compañía distinta a Metro, puesto que había sido construida y gestionada por el Estado….Posteriormente, fue absorbida por la red con la numeración 10, asi que ya sé que en algún momento de mi recorrido claudicaré, finalmente ¿Descansaré entonces?

En ocasiones, su crecimiento originó la suspensión de otras lineas durante al menos seis meses, exactamente el tiempo que duran mis enamoramientos.
Tiene música, nobleza, olivos, agua, campo y vientos…algo que nunca he dejado de soñar...Y por si ésto fuera poco, la linea 10 pinta en azul.
Corro a la clínica a contárselo a mi madre.Tal vez su definición me ayude a conocer ciertas respuestas. –Mamá, si fueras una línea de Metro, ¿cuál serías?.

martes, 16 de noviembre de 2010

La diversidad...

Diversidad cultural.

A veces, me parece que estoy soñando; debe ser que estoy más despierta que nunca, en uno de esos periodos en los que solemos decir que la realidad supera la ficción pese que a mí, lo que me sucede, es que ya no sé si lo que vivo es realidad o es ficción. Llevo así desde hace días; días que parecen haberse extraviado de su lógica temporal; antes bajaban uno detrás de otro por esa escalera que conforma la semana, ahora los peldaños son tan grandes que me duele el cuerpo cuando apenas he conseguido poner un pie en el siguiente. Suele ocurrirme de manera severa cada mañana, cada vez que entro a la clínica en la que reside mi madre, subo dos plantas, atravieso varios pasillos y cruzo la puerta de su habitación.  Siempre la encuentro en la misma posición, apoyada en el ventanal, vestida de modo impecable tal y como acostumbraba a presentarse ante la vida desde que empecé a apreciar este hecho. Mamá me enseñó a desterrar el pijama.
Le doy los buenos días y le cuento cosas banales. En ocasiones el mundo se reduce tanto que no hay espacio a algo más que no pertenezca a esa distancia física que se crea entre nosotras, más o menos un metro. No obstante trato de elevarme y le hablo de las noticias de las portadas de los periódicos, las últimas tendencias primavera-verano y las nuevas colecciones de arte, pero ella ni siquiera me mira. Demasiado banal, parece decirme.                                  
Esta mañana he optado por dejar de disimular y atacar el problema de cara. Es entonces cuando le he hablado de mis últimos viajes en Metro y del apasionante mundo que se desarrolla bajo tierra. Para que me creyera, le he enseñado mi abono de diez viajes del que aún me quedan siete, y le he asegurado que cuando lo acabe compraré otro. 
–Eso está muy bien, el Metro, como el mar, encierra millones de vidas, animales desconocidos y nuevas especies, la mayor parte de ellas viven en entornos muy hostiles –me ha dicho. La primera frase que me dedica desde el dia de su ingreso. -La diversidad -ha concluido. Y, acto seguido ha comenzado a nombrar todas las estaciones de la linea 6, la Circular: Lucero, Laguna...
Lo dicho, debo de estar soñando. 

lunes, 1 de noviembre de 2010

UNDERGROUND


     La estación Puerta del Sol, fatigada, casi indispuesta.
     Entro jadeando en el interior del vagón; me agarro a una de las barras de metal y me peino. Estoy empapada; me extraño de que nadie a mi alrededor tenga aspecto de haber corrido bajo la lluvia. No es la primera vez que tengo la sensación de que el tiempo en el Metro se detiene; segundos antes corrían, una vez dentro, leen.
   Sonrío ante la posibilidad de que los gases invasores como arma de enajenación masiva tengan algo que ver con ésto. Sonrío pensado que la química hace tiempo que ha llegado a el Metro.
   Se cierran las puertas alejando progresivamente la humedad de mis huesos, de la superficie de mi piel, de mi blusa verde botella.
    Instantes antes, nos hemos mirado.
    Ella viste un traje de alpaca con raya diplomática. Tendrá cuarenta años, tres más yo.
   Su escapada del trabajo no ha debido de pasar desapercibida. Seguro que entra la primera y sale la última, aunque hoy, no vaya a casa con su familia. En realidad, no sabe adónde va. Está en pié, en la esquina de la otra puerta, diagonal a mí. Hacía tiempo que no iba en Metro. En los lugares públicos se siente intimidada por sus deseos más ocultos. No se sujeta a ninguna barandilla de metal. Cuando el motor del primer vagón se pone en marcha, su  mano se aferra al asa de su bolso para mantener el equilibrio.
   Sabe que la estoy mirando.
   El vagón entra en el túnel agudizando la luz artificial, luces de neón como tantas otras.
   Se entretiene en averiguar cuál es el periódico gratuito más leído, al mismo tiempo que se maravilla de la rapidez con la que ha proliferado este tipo de prensa. Su estadística es interrumpida por la evidencia de mis zapatos, mis piernas y mis caderas.
   Siente que la miro.
   Un joven se levanta de su asiento para cedérselo a la mujer embarazada, en pie, a mi lado. Por un momento, todos los ocupantes se ocupan de observar este hecho. Hay un clima de solidaridad en el ambiente.
   Me mira, la miro.
   Apenas entramos en el túnel, el vagón se detiene.
   Tiene calor. Desearía quitarse la chaqueta, no lo hace por pudor. Está nerviosa. Se reprocha no haber ido paseando pese a la lluvia; se niega el calor que comienza a humedecerle la nuca y el bajo de su espalda.
   Segunndos antes de volver a poner la máquina en marcha, ya ha decidido que se apeará en la próxima estación. Esta posibilidad le relaja apenas un segundo, el tiempo que tarda en preguntarse si yo también me bajaré, el tiempo que le lleva a darse cuenta de sus propias demandas.
   Percibo su incomodidad. Apoya su trasero sobre la puerta corredera, la puerta por la que se sale y se entra. Su temperatura vuelve a equilibrarse y esto no le gusta, se siente como la lagartija a la que le cortan el rabo. Todos tenemos un yo valiente.
   Masco chicle. Antes de esconder de nuevo su mirada, el vagón vuelve a ponerse en marcha. No es bueno que la mujer esté sola, pienso, cuando ella me vuelve la cara.
   Su expresión ha cambiado tanto que, instintivamente, me abrocho un botón de la camisa. Ella observa este hecho sin quitarme la mirada de encima. Una mirada triunfante seguida de una sonrisa condescendiente hacia quien, por un momento, deseó rozar a escondidas de sí misma.
   El Metro efectúa parada en Ópera. Gomas de banana y coconut. Antes de salir, con mucha prisa, vuelve a colocarse la máscara de sonrisa impertérrita, agarra el bolso y sale, asegurándose de que no se le volverá a caer, al menos, en lo que queda de día.
   La pareja de peruanos que ha entrado en este vagón, arranca su repertorio en el ala sur con una guitarra y dos voces:“…Esta mañana me he levantando, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao, esta mañana, me he levantado y he descubierto mi fusil..
   Me sonrío. El Metro alcanza su máxima velocidad. Sonrío ante los trazos que forman el cuadro de mi vida. Sonrío al placer, en cualquiera de sus versiones.
   Tras ella, escondida entre el nuevo gentío del andén, acompañando sus miedos, ecos no tan lejanos de la canción más underground: “..Oh guerrillero, quiero ir contigo, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao, oh guerrillero, quiero ir contigo, a la guerrilla a combatir…”.

..como si nosotros no fueramos tambien tiempo..

 

martes, 19 de octubre de 2010

Vidas estacionadas.

Los médicos dicen que mi madre no mejora. Que la gente que sufre este tipo de trastorno necesita tiempo. Yo interpreto que no saben qué le ocurre y por eso, me hablan del tiempo y de la gente.  
Mamá lleva dos días sin moverse de la habitación de la clínica recorriendo verbal y exclusivamente las estaciones de la línea 7, desde Pitis hasta Henares. Cada cierto tiempo, al llegar a Las Musas, se detiene; tararea el estribillo de una melodía, pone los ojos en blanco y continúa. Los médicos dicen que ella está estacionada pero yo creo que, de hecho, está mucho peor.                                                          
La gente dice, la gente es, la gente cree, la gente espera, la gente, la gente…como si nosotros no fuéramos gente. Necesitamos tiempo, el tiempo dirá, quizá dentro de un tiempo, el tiempo perdido, viajeros de tiempo, tiempo, tiempo…como si nosotros no fuéramos también tiempo.
Decidida a resolver la inefable situación de mamá, abandono la clínica en busca de una melodía que a esas alturas de la mañana me resulta sospechosamente familiar. Llevo más de diez minutos esperando el Metro en el apeadero de San Blas cuando anuncian que, el próximo convoy, tampoco efectúa parada en Las Musas. Hoy el numen canta a mi madre. Hay un viejo invidente a mi vera que aguarda en solitario con un gesto exagerado con el que, estoy segura, intenta conectarse a el resto de pasajeros. Pero nadie le ve, aunque los ciegos siempre sean otros. Me doy cuenta de que la gente espera con urgencia que el tiempo pase lo más rápido posible, para montarse en el vagón que atravesará el túnel que les conducirá a otra estación, que les depositará en un apeadero donde consolarán sus vidas estacionadas por haber llegado a tiempo al próximo túnel.
Ahora sí, próxima estación, Las Musas. Justo antes subir, escucho al ciego silbar la intimidad de mi madre, su mano sobre mi mano. No me atrevo a dar un paso sin él. Entramos juntos al vagón.
Una vez en el interior repliega el bastón, coloca el sombrero sobre el suelo y pone letra a la nana de mamá: “…Es triste tener que pedir pero más triste es tener que robar…” .
Echo de menos a la cabra y la orquesta.                           
Cuando salgo al exterior, compruebo que los loros que se han escapado del Zoo de Madrid están criando por toda la cuidad. En un tiempo, la gente sentirá el calor de sus defecaciones sobre sus coronillas.
Tú también.                                                             
-Ya no hay estaciones como las de antes -, escucho murmurar al único viajero que ha depositado una moneda sobre la gorrilla del titiritero. El cambio climático.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Un billete de 1ª clase para la linea 3

Mi madre no recuerda el nombre de sus hijos pero desde hace unos días, cada mañana, repasa en voz alta las estaciones de las líneas del Metro de Madrid; todas, una a una. Sabe que hay diez líneas, doscientas noventa y cuatro paradas y doscientos ochenta y cuatro kilómetros. A primera vista, nada ha cambiado en ella. Las mismas sortijas barrocas, el maquillaje ligero, su impecable estilismo y ese modo de caminar extremo. Rígida, altiva, intachable. Parece la misma mujer de siempre pero lo cierto es que es otra. Menos previsible, más alegre. Yo no dejo de pensar que la culpa la tienes tú.
Una mañana, hace algo menos de una semana, mamá llegó a casa más relajada de lo habitual; atravesó el salón con esa gracia que tanto le caracteriza, pasó delante de todos nosotros y se sentó en la silla del jardín sin decir una sola palabra. En aquel momento, no notamos nada extraño; tampoco lo fue su decisión de ignorar nuestra presencia. Una hora más tarde, permanecía sentada frente a su Camelia preferida, ni una orden, ni un sarcasmo, ni una mueca, nada. 
La primera en acercarme a ella fui yo. No en vano, soy la sola mujer de entre todos sus vástagos, la única que adivina cuándo mamá ha superado el límite, el suyo. Puse mi mano en su hombro y de inmediato me di cuenta de que se había deshecho de las hombreras. Me acerqué un poquito más para escuchar su respiración, tal y como ella hace con su madre. Fue en ese momento cuando se giró hacia mí con la misma condescendía con la que siempre lo había hecho y me dijo: Tetuán-Puente de Vallecas. Línea 1.
Esa misma tarde la ingresamos. 
Rápidamente mis hermanos se han desentendido de la situación. Lo han dejado todo en manos de Dios, como si Dios no se apeara todos los días en Tribunal. En cambio, yo conozco a mi madre y sé que no sólo, al menos no antes de aquel día, jamás había viajado en un vagón de Metro, sino que para ella, el transporte nunca fue público y las estaciones se miden entre aeropuertos. Hoy la he escuchado pedir a la enfermera que le atiende, un billete de primera clase para la línea 3, desde Moncloa hasta Villaverde Alto. Ha sido entonces cuando, más por curiosidad que por compasión, me he decidido a resolver esta locura.
Salgo de la clínica, pregunto por la boca de Metro más próxima, la boca que se ha tragado a mi madre, me digo. Llego, respiro hondo, bajo las escaleras, compro un billete y pido un plano de Metro. Calculo el camino para regresar a casa. Corro como los demás para no llamar la atención, hasta doy un saltito absurdo para que la puerta corredera del vagón no espachurre mi cola de caballo. Bajo la cabeza, me escondo entre tu axila descubierta y el recuerdo del primer olor de mi infancia. Te miro de reojo, pienso que estás triste porque crees haber comprendido lo que significa ser adulto, pienso que quizá por eso, te has vuelto inmune a tu propio olor. A mí no me agrada tu perfume pero entre las estaciones de Colon y Goya encuentro el aroma de unas gotitas de anís en el bajo de tu cuello. Nos detenemos. Me retiro para que puedas salir. Cierran las puertas, no te vuelves para mirarme. Me quedo pensando, ser adulto no significa darse cuenta que el mundo no es tal y como nos habían contando, significa que puedes re-inventarlo.
Gotas de anís. Entre tú y yo, tan solo un metro.